Por Máximo Brizuela, Secretario General
El pasado 21 de abril nos dejó, en el plano terrenal, nuestro querido Papa Francisco. De forma serena, su alma se elevó hacia una eternidad que brillará por siempre en nuestros corazones. Aquí, en estos lares y a lo largo del tiempo, su legado nos acompañará como ejemplo y guía en nuestro obrar cotidiano.
Figura indiscutida y líder mundial, durante sus doce años de papado llevó adelante una profunda renovación espiritual, tanto en el Vaticano como en toda la Iglesia Católica.
Con él se va una voz que defendió incansablemente a los pobres, a los excluidos, a las minorías marginadas. Sus acciones tendieron puentes, promovieron la tolerancia, la unión en la diversidad y la comprensión frente a cuestiones que históricamente encontraron resistencia dentro de la Iglesia.
Nunca antes se había visto a un Sumo Pontífice predicar con tanto apego al mensaje de Jesús: con amor al prójimo, ofreciendo siempre su mano para asistir, sin juzgar.
Como líder, con un espíritu profundamente humano y misericordioso, recibió a todo el mundo, incluso a quienes alguna vez lo insultaron o despreciaron. Sin rencores, frente a cada agresión, Francisco respondió con los brazos abiertos.
¿Qué hay después de Francisco? Es una pregunta que muchos se hacen, creyentes y no creyentes, porque más allá de cualquier credo, todos supieron ver en él a un líder que trascendió fronteras.
Francisco no solo plantó una semilla en cada uno de nosotros: nos deja un bosque de enseñanzas, un sendero que debemos continuar y transitar, para que el mundo que Dios quiere para nosotros sea posible en cada alma que lo habita.