Por Máximo Brizuela, Secretario General:
Las revoluciones o rebeliones populares siempre han sido acontecimientos que buscaron transformar la realidad; semillas de un nuevo tiempo que, al costo de sudor y sangre, brindaron esperanza a los sectores marginados y oprimidos.
Nacidas bajo la opresión, la necesidad y el desgaste institucional, las acciones de rebeldía organizada surgieron como el único camino posible para torcer un destino conducido por una minoría que, en la mayoría de los casos, ostentaba el poder de forma ilegítima.
Nuestro país comenzó a tejer su destino a partir de una revolución, rompiendo poco a poco las cadenas del dominio de la corona española en estas tierras del sur de América.
Con el paso del tiempo, y la conformación de la nación, surgieron nuevos conflictos que derivaron en revoluciones, rebeliones y movimientos sociales, todos con el objetivo de seguir rompiendo otras cadenas.
Así, por ejemplo, la Revolución del Parque de 1890 marcó el inicio del camino hacia una mayor participación cívica en el sufragio. El 17 de octubre de 1945 inauguró una etapa de dignificación y reconocimiento de los derechos de los trabajadores, trabajadoras y niños de una nueva Argentina, consolidando además al movimiento obrero. El Cordobazo, por su parte, unió a trabajadores y estudiantes en una lucha común contra la dictadura de Onganía.
Estos ejemplos nos muestran que las acciones colectivas siempre fueron las que transformaron el presente. En estos tiempos, la violencia no es el camino; nuestra mayor herramienta es la plena conciencia de nuestro valor, de nuestros derechos, y la construcción de un camino común basado en la militancia y el trabajo colectivo para superar las adversidades en unidad.
Debemos recuperar esa participación: volver a sentirnos trabajadores y trabajadoras con derechos que deben ser respetados, con dignidad que debe ser reconocida, y con un rol social de valor incalculable.
Somos parte de un movimiento mayor que nos integra, nos ampara y nos protege. Un movimiento que se preocupa por nosotros en nuestra niñez, vida adulta y vejez; que nos forma para enfrentar los desafíos de nuestro tiempo. Debemos emprender una nueva revolución: una que nos convoque a volver a las bases, con la mirada puesta en un futuro organizado, justo y democrático.