Por Máximo Brizuela, secretario General:
La coherencia es un valor cada vez más escaso en la dirigencia política de nuestro país. No es un disvalor cambiar de parecer frente a algunos temas, pero el nivel de metamorfosis de algunas personas y espacios políticos, son cada vez más frecuentes y en lapsos más breves de tiempo.
No se puede dejar de creer en algo por el solo hecho de la conveniencia, del lugar que se ocupa o por intereses personales.
La construcción del relato en la actualidad funciona con el dinamismo que se vive hoy en día, con el que ofrecen las redes sociales y la velocidad del flujo informativo.
Como si las convicciones fueran un jenga, se sacan y se acomodan las piezas; pero es indisimulable que en ese ejercicio el discurso tambalea, hasta que finalmente se cae.
Concretamente este ejercicio lo vemos en el Congreso Nacional, en las endebles convicciones que tienen muchos diputados y senadores. En lapso de meses o semanas destruyen sus banderas para izar unas nuevas, que les permita seguir subsistiendo en la práctica de ocupar una banca o cargo.
El Poder Ejecutivo no se queda atrás, lo que ayer era un hecho concreto hoy es una falacia. Como el caso reciente del presidente de la nación, afirmó que el cepo cambiario no es obstáculo de crecimiento, cuando en el año 2022 afirmaba todo lo contrario.
Estos cambios notorios en cada espacio confunden a la sociedad, porque el ciudadano de pie se pregunta cada vez más ¿Cuál es la verdad de todo esto?
“Pagar impuestos es malo”, pero si se ajusta y se incrementa en los sectores medios ahí está bien.
“El sector privado no puede costear el esfuerzo de una crisis”, pero si quienes deben sacrificar una comida diaria bajo la promesa de una prosperidad que no se avizora.
De igual manera ocurre en términos de alianzas política, de defenestración del adversario y un discurso hacia la sociedad, resaltando los disvalores que este representa, para luego a través de alianzas a espaldas del pueblo acuerden temas que resultan por lo menos sospechosos y a priori de beneficio netamente personal.
Ocurrió recientemente con el impuesto a las ganancias y en otros vastos temas de la denominada Ley Bases. Muchos legisladores, inclusive el actual presidente de la nación, votaron hace un año la eliminación de ese impuesto nefasto, para luego restituir sin siquiera ponerse colorado.
¿A dónde quedaron los discursos que definieron a ese tributo como un robo, como algo injusto y que ya no podía existir? La verdad no lo sabemos, pero indudablemente en algún lugar de las endebles convicciones de quienes hoy nos representan.
Nuestro país tiene muchísimos problemas y la política y sus instituciones son y deben ser la herramienta de transformación. Pero para que ellas funcionen o para que la sociedad elija quienes deben encarar esas transformaciones, hay que exigir coherencia en nuestros dirigentes.
No se puede elegir un camino si quien lo va a conducir irá por lugares contrarios a sus promesas, para hacernos parte de su mundo de contradicciones.
No puede dar lo mismo cualquier cambio, porque esas vueltas y vueltas devienen en la traición al voto de la gente, a la esperanza en un sistema que debe contenernos a todos y a todas, para lograr un mejor porvenir, con coherencia y verdad.