Por Máximo Brizuela, Secretario General
Este 10 de diciembre el mundo y nuestro país en particular celebran dos hechos fundamentales, el Día Internacional de los Derechos Humanos y otro aniversario más de la recuperación de la democracia, tras la asunción de Ricardo Alfonsín como presidente, tras obtener la victoria en las urnas.
Ambas fechas se constituyen como un motivo de celebración, afianzando la libertad, la vida y los derechos de las personas, sin distinción. Sin lugar a dudas lo festivo es proporcional a la oscuridad que pretende dejarse atrás, a la intolerancia y violencia que nos ensombrece.
Es primordial que entendamos también esta fecha como un momento de reflexión, de entendimiento sincero para ponernos un límite frente a las disputas que muchas veces ocurre en nuestro país, donde la violencia simbólica y verbal agudiza las diferencias, no reconociendo al otro como un igual, desprendiéndose actos discriminatorios para el regocijo de unos pocos.
Las diferencias de pensamientos no deben invalidar a la otra persona como sujeto de derecho. Ni hablar de la desigualdad existente en el plano social y económico, que fragmenta cada vez más a la población, individualizándola tanto, al punto de perder total empatía por el flagelo que sufren los demás, aquí y en el mundo.
El verdadero cambio está quizás en escucharnos, en cuestionarnos ciertas actitudes que podemos tener en nuestra vida diaria para que el respeto esté por delante de todo, porque de ese respeto se desprende lo que tanto añoramos, respeto a la libertad, a la igualdad, a la vida, al que es diferente a mí.
Las diferencias no deben ser motivo de enemistad, simplemente debemos adoptar la madurez necesaria para encontrar puntos en común que nos lleven a forjar un mundo del que nos sintamos orgullosos de la felicidad de todos y todas. Porque como reza el artículo 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”.
